sábado, 3 de octubre de 2009

PRESENTACIÓN


El pedagogo del ¡O juremos con gloria morir!

En cierta ocasión, el Padre Leonardo Castellani, al dedicar a Jordán Bruno Genta un ejemplar de su libro Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas, estampó, con su letra tan inimitable como su talento: “A Jordán B. Genta, pedagogo del ¡O juremos con gloria morir!” Si se tiene en cuenta que, por entonces, Genta era todavía un joven profesor universitario, no es difícil advertir que la dedicatoria, además de justa, resultó profética. Pues no sólo, andando el tiempo, Genta mismo moriría con gloria -la gloria de los mártires- sino que todo su dilatado magisterio estaría dedicado, a la par que a rehabilitar la inteligencia argentina, a formar hombres (sobre todo soldados) capaces de morir con gloria. El ejemplo más notable fueron los pilotos de nuestra Fuerza Aérea en la Guerra de las Malvinas. No lo decimos nosotros: lo han dicho los propios ingleses.

Jordán B. Genta constituye un modelo auténtico de maestro cristiano. Fue un pedagogo; y un pedagogo de raza. Así lo atestigua un dilatado magisterio de más de cuarenta años que comenzó en la juventud temprana y culminó en la muerte, su última y más alta lección. Reunía en sus clases a multitud de personas de condición diversa que acudían atraídas por la claridad de su pensamiento, la riqueza de su doctrina y su personalidad cautivante. La palabra viva era el corazón y el centro de su pedagogía (la “pedagogía del verbo”, gustaba llamarla) pues conocía muy bien el poder arrebatador de la palabra sobre todo cuando ella es imagen del Verbo, del Logos Increado. Bebía en la fuente de los clásicos y daba a beber a sus alumnos el agua de esa misma fuente; por eso el texto fontal, directo, era el centro congregante de sus clases.

Pero la pedagogía de Genta no apuntaba sólo a la formación de la inteligencia (la “rehabilitación de la inteligencia en los hábitos metafísicos” y el ejercicio del “noble arte de las definiciones”, como solía decir) sino que se dirigía, además, a la formación entera del carácter en la imitación de los grandes arquetipos. El santo, el héroe, el poeta, el sabio: todo cuanto hay de eminente, de egregio, de expresión cabal de superioridad humana, lo ponía y lo proponía Genta en sus clases, convencido de la atracción irresistible que el arquetipo ejerce sobre las almas. Por eso su pedagogía fue, a la vez, pedagogía del verbo y pedagogía de los arquetipos. Pero puesto que Genta fue por encima de todo un maestro cristiano, su pedagogía no pudo ser sino cristocéntrica porque Cristo es el Verbo Encarnado y el Supremo Arquetipo.

Esta pedagogía tuvo, pues, en vista la formación de auténticas superioridades y jerarquías sociales e intelectuales, hombres y mujeres lúcidos, capaces de buscar, conocer y amar la verdad y dispuestos a defenderla mediante el testimonio, aún a costa de la propia vida. “Filosofar es aprender a morir” solía repetir con frecuencia.

Pero se ha de saber, también, que esta pedagogía -que en su ultima ratio apuntaba a la eternidad- tuvo, no obstante, una encarnadura temporal e histórica concreta pues ella no se entiende cabalmente sin su esencial referencia y ordenación a la Argentina, a su tiempo, a su drama y a su destino. Fue una pedagogía que abrazó, en síntesis admirable, dos amores: Cristo y la Patria.

Genta amó a la Argentina con un amor que él mismo no trepidó en calificar de “amor exacerbado” frente a la Patria en peligro extremo de disolución. Por eso, a medida que ese peligro fue incrementándose hasta alcanzar una magnitud insospechada en el escenario de la Guerra Revolucionaria que le fue impuesta al país desde afuera con la complicidad de actores locales, ese amor exacerbado alcanzó, también, su cima. Los años finales del magisterio de Genta son un testimonio vivo de esto que decimos. Sus escritos, sus conferencias, sus lecciones adquirieron un tono profético, un llamado apremiante a las fuerzas naturales de resistencia a las que convocó al combate en defensa de la Ciudad asediada.

A más de tres décadas de su muerte mártir, Genta resulta, hoy, más actual que nunca, en esta Argentina asediada, ya no por los ejércitos partisanos, sino, por las fuerzas oscuras de una disolución gradual y sostenida que va minando y corroyendo las almas y las instituciones.

Es esta hora de vela, de vigilia atenta. Estamos de guardia. Que la vida y la obra de Jordán B. Genta nos inspiren, pues, y nos ayuden a hacer realidad -si así Dios nos lo pide- la estrofa del Himno: juremos con gloria morir.

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