lunes, 5 de octubre de 2009

Genta o el amor a la Patria




Discurso pronunciado por Miguel A De Lorenzo, el 20 de octubre de 2004 en ocasión del XXX Aniversario de la muerte de Jordán B. Genta, en el Instituto de Filosofía Práctica de la Ciudad de Buenos Aires

No me es posible ahora, como no lo ha sido a lo largo de estos treinta años, hablar de Genta sin un estremecimiento interior.
Pensándolo un poco esta turbación tiene algunas causas evidentes. De entre ellas la clara desigualdad entre el que habla y el homenajeado, sin otra virtud a la vista de nuestra parte, para estar en este lugar, más que la de haber participado durante algunos años de la cátedra de filosofía y política, con base en la calle Céspedes y alargada fecundamente en tantos lugares de la patria. Claro que, bien visto, esto, lejos de constituir mérito alguno fue, en todo caso, privilegio y el privilegio todos lo sabemos nos hace a un tiempo partícipes de un don e insalvables deudores del bien recibido.
Homenajear a Genta no deja de ser un intento de restitución del descubierto de gratitud que tenemos con quien tanto nos ha dado, pero honrar a Jordán Genta es también dignificarnos al rozar aún lejanamente la singular nobleza del que honramos.
La historia muestra y la actualidad no hace sino ahondar a cada momento esta evidencia que la vida de las naciones, se eleva o decae por el lugar que asigna a sus muertos ilustres y muertos ilustres no son sino aquellos que han dedicado su vida a que la patria perviva fiel y soberana, manteniendo intacto el sentido épico en la vida de los pueblos, son los que han tomado de la nación, su tradición esencial y su historia verdadera y sobre esos valores construyen fervorosamente el presente.
Para hablar de todo esto nada como esa manera impar de apoderarse de la realidad hasta convertirla en una representación trascendente y bella que es la poesía. Lo intentaremos esta noche especialísima, a través de dos de sus mayores representantes latinos Virgilio y Dante. Ellos conjugan el amor a la patria, lo heroico y lo magnífico, la distinción, la ironía la verdad y el dolor. Hay -lo veremos enseguida- inquietantes simetrías entre esos libros inmortales y la obra de Genta paráfrasis luminosa y personalísima de la sabiduría que permanece. Tal el caso de Virgilio, el que con una sensibilidad y dominios poéticos perfectos toma los acontecimientos del pasado recreándolos en una épica sin par, porque el entiende que solo en las tradiciones y en la valoración histórica puede sustentarse el presente y madurar el futuro.

Recordemos por ejemplo el libro undécimo de la Eneida; Eneas luego de la batalla primero agradece a los dioses por el triunfo, y de inmediato el deber le indica enterrar a sus muertos. En la ceremonia de las honras fúnebres instruye a los soldados refiriéndose a los caídos, de modo que en adelante los muertos en el combate merecerán el gesto reverencial destinado a los héroes de la patria: “Id, relata Virgilio, rendid los honores supremos / a esas egregias almas / que a costa de su sangre / nos ganaron la tierra de esta patria”.
La veneración nacional a los patriotas, al sacrificio de estos hombres, nos habla en primer término de pueblos capaces de admirar la grandeza. Pueblos que en un momento pueden silenciar el barullo cotidiano o acabada la batalla quedamente inclinarse ante la abnegación de los próceres, es decir ante quienes entregaron todo sin recibir nada, ni pedir nada.
Allí, entre esas gentes, permanece intacta la idea de la unidad nacional basada en un amor común, como claramente escribiera San Agustín, tanto más grande será ese pueblo cuanto mayor sea el amor que lo una; amor que hará de esa patria una realidad indestructible aún en la adversidad y el infortunio. Es deber primordial del jefe como poéticamente relata Virgilio sepultar con veneración a esos héroes, pero esa solemnidad tiene otra significación, es al mismo tiempo la incorporación de los hechos de esos hombres y de sus nombres a la historia de la patria. Porque las naciones que los olvidan o las que por el contrario recuerdan o admiran a los rufianes tendrán en todo caso ese dudoso destino avasallado y mísero de las colonias.
No es casual y a pocos puede escapar, que tanto tilingo ande hoy escribiendo no ya una historia falsificada a designio, hecho de por sí trágico, sino un relato falaz y novelado cuyos protagonistas son hombres vulgares, donde no hay ejemplo, ni vidas ejemplares, destinada a los argentinos ignoren lo que el heroísmo significa, y la vida del hombre se reduzca en todo caso al culto a la globalizada madre tierra, y al cumplimiento del nuevo decálogo, una religión panfletaria con dioses de utilería, como para desterrar lo más definitivamente posible toda auténtica mirada hacia lo alto. Es el inmanentismo de los tiempos, sin verdad y sin metafísica, como lo propone la filosofía de la posmodernidad valga el ejemplo de Carnap en su Sintaxis lógica del lenguaje, hay crear -decía- un modo de hablar, donde la sola formulación metafísica fuese imposible.
Genta veía en esto un hecho atroz. La defensa de la historia verdadera de la Argentina tenía para Genta una trascendencia categórica. Si nos cambian la historia es porque quieren arrebatarnos la patria decía Jordan. Hoy que el proceso de falsificación ha superado cualquier límite, vemos como vaciada de sus tradiciones y sus hazañas, degradada casi toda nobleza, quitada la trascendencia el pueblo argentino quedaría reducido a dos o tres exponentes el consumidor, el desocupado, siempre el votante,
Homero lo plantea en La Odisea: “¿De qué tierra llegó? / ¿Qué país por su patria proclama? / ¿Donde tiene el linaje? ¿Donde los campos paternos?” Como vemos, para Identificar a un hombre o a un pueblo desde la antigüedad perduran llenos de sentido los mismos interrogantes sobre los orígenes, las tradiciones, o las culturas que los cobijaron.
A propósito de tergiversarnos la historia una antigua copla norteña dice: "Así se escribe la historia / de nuestra tierra, paisano / en los libros, con borrones / y con cruces, en los llanos".
El amor por la patria, en Genta, impregnaba todos los hechos de su vida. Era, en esto un centinela sin claudicaciones y sin espacio para lo accidental o lo fortuito. No había vehemencias equívocas en Genta, era un doctrinario de los grandes temas nacionales y para estos disponía de un fervor potentísimo y dichosamente contagioso.
La soberanía, la vida virtuosa y digna del pueblo, la justicia y la libertad, el trabajo y la cultura, la unidad nacional y la religión aparecían en algún momento de sus clases porque siempre había un puente cruzado entre la filosofía, la religión o la poesía y las cuestiones esenciales de la política nacional. La suya era simplemente la doctrina evangélica, proclamando la unidad de los hombres en el amor y la verdad como lo relata Mateo en el evangelio: "todo reino dividido contra si mismo será desolado y toda ciudad en sí dividida, no subsistirá" (XII, 25). Difícil concebir el abismo que separa esa Argentina enraizada en el mensaje de Cristo que era la del profesor, con esta en que ahora vivimos bajo el signo del odio o más precisamente gobernados desde el resentimiento, forma de la maldad que apunta a la destrucción de la comunidad no tanto por haber sufrido daño el resentido sino en cuanto advierte que otro posee bienes que a él le fueron negados.
Sólo un ruso de la dimensión de Dostojewski pudo haber escrito en demonios y sin haber conocido la Patagonia austral sobre un personaje con estas características, tal el caso de Pjtor Stepanowithch ser fronterizo del satanismo, un sombrío experto en infamias..
Claro que, volviendo al evangelista, Mateo no se refiere sólo a lo que nos divide de los enemigos. No. En esta larga disputa contra los enemigos de la patria ha triunfado menos el adversario que las propias particiones y discordias del nacionalismo.
El viejo Lugones, una vez en medio de una tremenda crisis interior confesó de un modo que estremece: "me hallé ante la nada, y retrocedí". Pues bien Es casi innecesario repetir que estamos ante la nada nacional, entonces ¿por qué no hacer retroceder a la dispersión, a los alardes, a la fragmentaciones, que nos tienen vencidos y ensayar otra cosa?
Genta conocedor de la naturaleza humana como pocos, insistía en aquello de poner al lado de la necesaria rigidez en los principios la más sincera buena voluntad hacia las personas.
Algo así como doce siglos pasaron hasta que en la Divina Comedia Dante elige a Virgilio como guía en uno de los recorridos por la trascendencia y el misterio más altos que haya podido realizar el genio humano.
Tal vez sea oportuno recordar que Dante conoció las asperezas del exilio. Durante casi treinta años fue expulsado de Florencia perseguido más por la acrimonia y el resentimiento que por la justicia. Su ilustre antepasado Cacciaguida que aparece en el Canto XVII del Paraíso le vaticina el alejamiento forzado de su tierra cuando le dice: “Tu dejarás las cosas más queridas / y ésta es la primera flecha que lanza el arco del exilio / tu probarás cuan salado sabe el pan ajeno / y qué duro resulta subir y bajar las ajenas escaleras”.
Por su parte Genta conoció otro exilio, diverso en la forma, aunque no menos rudo que el dantesco. El profesor soportó el exilio en su propia tierra confinado, digamos así, en una red implacable de silencio interior. Genta en su patria era una palabra de connotaciones terribles, que se pronunciaba entre medias voces y silencios cómplices, sospecho que aún hoy lo sigue siendo. Un hombre que no podía enseñar en las universidades de su país, para quien no había prensa ni editoriales, ni entrevistas que pudieran difundir sus ideas. Hay no pocas semejanzas en ambos destinos, unidos ambos por el amor a Dios y a la patria fueron perseguidos por esas preferencias el primero, al no poder regresar por décadas a Florencia, el segundo amordazado desde su conversión y hasta su muerte. Pero reparemos en que Genta no fue solo democráticamente excluido. Los gobiernos militares jamás convocaron al Profesor. En un discurso sobre las armas de la patria el 30 de junio de 1943 en el Círculo Militar Genta expone sobre el sentido de las instituciones militares de la Nación; allí en ese texto al que llamaría glorioso habla de su admiración por la heroica misión fundacional del General San Martín y en consecuencia hacia las armas de la patria herederas de la diáfana nobleza Sanmartiniana. En ese discurso hay entre tantas, una línea única, casi mágica que lo dice todo: el Ejército de los Andes fue la primera certidumbre de la patria, la primera certidumbre. En épocas de relativismos y opiniones, Genta establecía certezas, la primera el Ejército de los Andes. Luego y en todas las circunstancias de su vida corroboró este mismo pensamiento sobre las instituciones armadas.
A pesar de todo esto, y salvo honrosas y valiosas excepciones, los militares escucharon otras voces, no se animaron a ensayar con la verdad.
Contrariamente a la advertencia, a pesar del entrevisto sufrimiento, Cacciaguida igualmente impulsa a Dante a proseguir con la proclamación de la verdad y el testimonio, dado que la comedia era más, mucho más que una bella forma poética: "Remueve, sin embargo, los embustes, / tu visión, en un todo manifiesta / y deja que se rasquen los sarnosos / Este, tu grito, hará como hace el viento / que las más altas cimas sacude / y esto para el honor no es poco tema". Chesterton, se refiere de manera semejante a la conmoción que provocará el Evangelio cuando dice que el Hijo del Dios no traerá la paz, sino que se ha de adelantar con sable penetrante. Lo cual es cierto, - asegura Chesterton - aún en su sentido más literal, porque todo el que predica el verdadero amor tiene que engendrar odios. El fingido amor acaba siempre en transacciones y filosofías vulgares; mientras que el amor verdadero ha acabado siempre con sangre. La muerte de Jordán Genta como la muerte de Carlos Alberto Sacheri son impiadosas comprobaciones -aún irredentas- del aserto chestertoniano y también nos evocan una Argentina tan áspera y oscura, que cuando ya no sabía como callar a esos que descubrían sus fealdades y podredumbres, entonces los asesina.
Cloosterman el héroe francés lo escribió en una conocida carta a los pilotos de Malvinas: "el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella".
Es que algo había en ambos que era lo mejor de lo Argentino. Sus muertes fueron, un puro desvelo de amor por la patria ensangrentado por el odio. Ejercía en ese entonces el poder del estado un gobierno democrático, una inmundicia que con variantes formales perdura hasta el presente y que aún no podemos limpiar, acaso porque hemos demorado el comienzo de la gran tarea, pero esos mártires - que eso fueron Genta y Sacheri - que proclamaron fidelidad a Cristo y a su Iglesia hasta la muerte, que aceptaron morir antes que traicionar a Dios y a la patria y que, acaso en sus altos silencios nos estén hablando, nos estén proponiendo el rescate de nuestra nación, de la argentina que está oscilando visiblemente en los límites mismos de la derrota.
¿Será ese el sentido de sus martirios?
Por lo pronto, sabemos que no es nunca casualidad, porque no nace en determinado lugar un mártir por casualidad.
Eliot afirma que su aparición solo depende de la voluntad de Dios, de su amor a los hombres y para nada de la voluntad humana porque el mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, es quien ya nada desea para si mismo, ni tan siquiera la gloria del martirio.
Genta se convierte al catolicismo a los 33 años. Desde entonces lo acompañaron sufrimientos, persecuciones y mucha soledad, conoció la cárcel y la muerte en martirio. Apartado del último cargo público docente, fue por sobre todo, motivo de alejamiento, las instituciones católicas no fueron la excepción, es conocida la anécdota de Castellani que luego de una larga recorrida por los institutos católicos buscando, sin éxito, trabajo para Genta aparece un día en la casa del profesor con un billete de lotería. Jordán - le dice Castellani - es todo lo que pude conseguir para usted, espero tenga suerte.
El patriotismo, el amor obrante por la patria, la acción, mueve continuamente a los personajes de la Comedia: “ven a ver a tu Roma que solloza / viuda, abandonada y sola / y te llama día y noche”.
Chesterton también es desvelado por el patriotismo activo cuando afirma: “Los hombres comienzan por honrar su sitio y después van ganando gloria para él. No amaron a Roma por grande, no. Roma se engrandeció porque supieron amarla”. Dante, acudamos una vez más a él, reservó en la comedia los sitios más atroces del infierno, el octavo y noveno círculos, para los falsarios y los traidores, aquellos que habían mentido o traicionado a sus amigos, a la patria, o a Dios, algunos pensarán que esto es teología y poesía, en todo caso ficción, puede ser, la que seguro no es literatura es la justicia divina donde habrá que dar cuenta. En este sentido no es bueno olvidar al diario La Nación que tanto ha contribuido a destruir a la cultura nacional y a estupidizar y a confundir a los argentinos; hace poco en una extensa nota afirmaba que la policía mendocina dedicada según el diario a poner bombas en los colegios a secuestrar y a torturar había sido entrenada por el profesor Genta. En fin ustedes verán y no llevo novedad en esto, adonde la perversión, la compraventa de opiniones y la mentira a designio de editores y periodistas han llevado al país al cabo del tiempo. Pero entonces podría alguno preguntar que era aquello tan terrible en Genta que lo había apartado irremisiblemente de la Argentina oficial y exterior. La respuesta aparece sin dificultad y empezamos a formularla hace unos momentos, pensemos en un hombre que siendo la promesa del anticristianismo, abandona el error y proclama desde ahí y para siempre, nada menos que el lema de san Pío X: hay que restaurar todo en Cristo, incluyendo naturalmente a la patria; nadie lo dude. ese tal se convertirá en enemigo y como tal será calumniado y perseguido. Fue Genta, acusador implacable del liberalismo, del marxismo y de los populismos que degradan al hombre, un patriota que señaló la conspiración anticristiana de la masonería y que demostró las razones por las que el método democrático en manos de la partidocracia y el poder del dinero significarían la desolación de la nación.
Reparemos por un momento que veinte años de exultante, de pura democracia han logrado la crisis política económica y social más grave de la historia argentina, han corrompido y demolido las instituciones y han degradado y ensombrecido la vida de los argentinos de todas las maneras posibles y hasta idearon algunas otras solo imaginables en un comité de transversales, al cabo, uno de cada dos argentinos vive en la miseria. La Provincia de Buenos Aires lleva 17 democráticos años usurpada por el mismo partido, el que se dice gobernador declaró que el suyo es territorio de las drogas y de los secuestros y de la muerte, que no puede con la seguridad, que la justicia es una abstracción, y que la salud pública ha colapsado, y no mencionó a la educación porque la desconoce, esto es, que por propia boca el gobernador juzga su gestión como completa y definitivamente inútil, pues bien, nobleza obliga, nosotros le creemos al gobernador. En fin al profesor a lo largo de su vida lo han acusado de casi todo más que nada de antidemocrático y en esto tal vez por única vez no han mentido, a la vista veinte años de pura democracia que han hecho de la Argentina un crepúsculo sombrío le han dado razón en haber abominado de la partidocracia hoy reinante
Genta veía que el poder del dinero y la demagogia impulsaba hacia un mundo atroz; reparemos en la fecha: 1943. Decía el Profesor: “el que viene será un mundo sin fronteras nacionales ni grupos exclusivos, sin Dios definido ni banderas de guerra, donde todo sería común entre hombres comunes y no habría que soportar humillantes jerarquías ni voces escogidas; donde no habría que detenerse ante los límites del pudor ni clausuras de intimidad".
Pero nunca, ni en las zozobras personales ni en las mayores tormentas de la patria abandonaba la esperanza y lo recuerdo una y otra vez con la mano hacia arriba y abierta diciendo de memoria al Péguy que tanto amaba que es también el de la pequeña pero inconmovible esperanza.
Pero mencionar a Péguy y hablar de Jordán es nombrar a Lilia su mujer; ella que generosamente nos reveló la armonía y la belleza de Péguy, de Berceo, de Valery, de Gerardo Diego, de los poetas malditos, de Jiménez... que nos encendió el alma con sus letanías de la Santísima Virgen, que compartió con amor un alto destino áspero y luminoso y a quien mucho quisimos. A los nacionalistas hoy y con argumentos válidos, acaso nos haya abrumado cierto fatalismo, o pudiéramos decir una quietud fatal, no creo errar al pensar que Jordán no lo compartiría. Tampoco Virgilio daría conformidad a esta visión desalentada de audacia, pues ya escribió una vez: Que la esperanza, preceda siempre al combate.
Durante 59 años, con la gloriosa excepción de la guerra de Malvinas no he conocido - y esto muchos lo compartirán - a la Nación Argentina de pie. "Sobre tus ruinas, patria, yo he crecido / Llegué a ser hombre y solo tus despojos/ solo tu sombra, es lo que he conocido”. Dice justamente Jorge Vocos Lezcano en el Canto a La Argentina.
Y aunque el tiempo es de miserias, no esta escrito en ningún lado que lo nuestro, que el nacionalismo, deba desear el fracaso. No hubo tibieza en el profesor Caturelli cuando escribió: "Recemos sí por la paz, pero ante todo debemos rezar por la victoria". Y ya se sabe por la victoria hay que combatir. Al entrar en el primer círculo del infierno, y con esto termino, Virgilio le señala a Dante algunos de los espíritus que lo habitan, empezando por Homero - el primero- seguido por Horacio, Ovidio y Lucano. Se trata de los grandes poetas en el orden de preferencia del Florentino. También esta allí Platón. Y otro grandes espíritus, Al verlos en el limbo, donde están los que no conocieron a Cristo y en esa triste condición ambigua, Dante se emociona hondamente y quiere demostrarle sobre todo a Virgilio que lo guía la veneración y el amor que hacia el tenía y entonces lo nombra de diversas amantes maneras, lo llama, más que padre, y hasta utiliza -cosa que hace muy pocas veces en la comedia- el superlativo, al llamarlo: altísimo poeta; pero hay una expresión, para nosotros al menos, bella y perturbadora que es esta: Dime maestro mío, dime señor. Pues bien, esta noche, pasados treinta años de su muerte, no encuentro otra palabra más justa, poética, precisa, y por cierto verdadera de llamar a Jordán Bruno Genta que pospuso sus dones para enseñarnos a amar a la patria y a servirla para el bien común, no encuentro otra -digo- que no sea la de maestro. De igual modo sucederá, aunque no sé como y sospecho que tampoco cuando, pero sí que es nuestra responsabilidad y nuestra tarea pendiente hacer llegar próximo el momento en que una Argentina restaurada en Cristo, lo nombre precisamente como señor; maestro y señor de la Patria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario